Plan C, con C de Congreso

Algo cada día, por Fernando Ruiz del Castillo

López Obrador está decidido a destruir todo aquello que le impida seguir su llamado proyecto de transformación de la vida política, económica y social de México. Lo hace un día sí y el otro también. No oculta ya sus ambiciones personales. Su hambre de poder es infinita. Infructuosamente, intenta disfrazarlas de buenas intenciones, recurriendo sistemáticamente al discurso falso y populista de continuar ese camino para alcanzar el bienestar del pueblo, ese pueblo bueno y sabio que lo ha seguido, que confía en él y que le apoya. Ese pueblo al que le dice lo que quiere escuchar, harto de la corrupción, la impunidad, los abusos y los excesos del poder.

No tolera que se le contradiga, que las cosas no salgan como él quiere y ordena. No pide, no negocia, no sugiere. Exige. Y sus esbirros en la Cámara Alta y la Cámara de Diputados no hacen más que obedecer. Son incapaces de alterar “una coma” a las iniciativas presidenciales. Algunos siguen al pie de la letra las instrucciones por ignorantes, otros por cobardes y la mayoría por ambiciosos y vulgares.

Y cuando las cosas no salen como quiere, como ocurrió el pasado lunes cuando 9 de los 11 ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, le “batearon” la primera parte de su Plan B, la cual ni siquiera discutieron de fondo por evidentes errores de procedimiento, enloquece de rabia. Y, casi babeando, sale en su mañanera y se lanza contra quienes sólo hicieron lo que por obligación legal les corresponde. Hacer respetar la Constitución Política de México. Para ellos sí, presidente López, excepto sus recomendadas, la Ley es la Ley.

Por eso, porque no los puede doblar como a su diputados, senadores y gobernadores, recurre de nuevo al linchamiento público, a la condena, al insulto y el estigma, acusándolos de gozar de mayores privilegios que el propio presidente de México, como si nadie en este país pudiera ganar más que un presidente, por chiquito, acomplejado, mediocre e ignorante que éste sea. No entiende la necesidad de fortalecer la división de poderes. Como los tiranos, lo quiere todo.

Por eso también, cuando no le funcionaron los planes A y B, ahora amenaza con desaparecer al único Poder que ha sido capaz de ponerle límites, mediante lo que ha llamado el Plan C, que no es otra cosa más que movilizar a toda la estructura morenista, con cualquier cantidad de recursos e ingresos provenientes de cualquier fuente oficial o extraoficial, incluso, para ganar, sí o sí, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y la de Senadores de la República.

Plan C, con C de Congreso de la Unión, es la antidemocrática ruta marcada por la ruindad, la intolerancia y la ambición presidencial. Plan C es la orden establecida para hacerse del control total de las cámaras, hoy limitado para lograr la mayoría calificada. Plan C para, ahora sí, antes de dejar la presidencia, extender su mandato a través de alguna de sus corcholatas y desaparecer todas aquellas instituciones y todos aquellos organismos que no han sucumbido a sus caprichos y han soportado, estoicamente, las andanadas de insultos, ataques y mentiras que a ritmo de un centenar diarios salen de la boca presidencial. La SCJN y el Poder Judicial de la Federación en general, es uno de ellos, sin perder de vista al INAI que mantiene, perversamente, imposibilitado para resolver miles de solicitudes de información pública.

Es aquí, en la elección de los legisladores federales, en la que la oposición, pero sobre todo los ciudadanos, debemos poner especial atención para evitar que López Obrador haga realidad su sueño de poder absoluto. Y que no se confundan ni quieran confundirlos. No se trata de votar en contra de que se termine la transformación de México o la corrupción, el abuso de autoridad y otras lacras del sistema político. Lo que se trata es de evitar que, en su demagógica esquizofrenia paranoica, un ególatra acabe con todo un país y sus avances democráticos.

Será en las elecciones de los diputados federales y senadores de la república en la que deberemos de poner especial atención para que no lleguen a eso cargos personajes desconocidos que siguen desaparecidos o que destacan más por su lambisconería en tribuna y sus tonterías en las redes sociales, que por sus propuestas legislativas, gestión de recursos y defensa de los bajacalifornianos.

Si el presidente logra su objetivo -y créame que lo intentará a la mala y a la peor- el país seguirá condenado a la dominación retórica de un hombre que desde La Chingada seguirá manejando los hilos de un Congreso a modo, inculto y servil, que hará todo lo que le ordenen y que como primeras exigencias tendrán en la agenda legislativa destruir la Suprema Corte, empoderar aún más a las todopoderosas Fuerzas Armadas, eliminar el INAI, “ahorcar” los pocos medios vigilantes del poder y tal vez, tal vez, hasta desterrar a Loret. De ese tamaño el peligro.

Si el presidente López abrió ya sus cartas y adelantó sus antidemocráticas intenciones, toca entonces como sociedad echar a andar nuestro propio plan C que, efectivamente, se refiere a la C de Congreso, pero que tiene que ver también con la C, pero de Control Ciudadano. Cuidemos el Congreso.

Periodista con 45 años de experiencia, licenciado en periodismo, asesor en comunicación y marketing político, consultor de medios

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